Murió el padre de la divulgación histórica en la Argentina
A los 84 años, falleció el reconocido historiador. Deja un legado de libros, de canciones y de una intensa vida intelectual. Alcanzó gran popularidad desde los años 60.
No es el fin de la historia argentina. Pero se le parece. El Jueves 5 murió Félix Luna, el hombre que en las últimas cinco décadas marcó con su sello la divulgación histórica en el país. Su trabajo prolífico se demuestra con un solo hecho: si usted mira su biblioteca –si la suya es digna de ese nombre– va a ver que tiene al menos un libro de su autoría: El 45, Perón y su tiempo, Yrigoyen, Alvear o Soy Roca. Y va a comprobar que Luna es un clásico, por la sencilla razón de que su presencia en el mapa intelectual argentino se da por descontada, ya prácticamente nadie –aunque se discuta su parábola de revisionista yrigoyenista a legitimador del roquismo– la niega.
“Falucho”, como lo llamaban los amigos íntimos, fue un caballero amable, sencillo y cordial. A veces, quizá por los gestos adustos de su cara, parecía un señor parco, un hombre de “pocas pulgas” que huía del elogio edulcorado. “Falucho”, el historiador que desterró los tecnicismos academicistas de poca monta –las muletillas de batalla de los que se ufanan de una erudición hueca– y arrimó la historia a las orillas de varias generaciones de argentinos
Fundador y director de la mítica revista Todo es Historia –la primera revista temática en Latinoamérica– falleció por la mañana, a los 84 años, después de sufrir una larga internación hospitalaria.
RADICAL.
El 30 de septiembre de 1925, Falucho nació entre radicales de pura cepa. Su abuelo fue fundador de la UCR en la provincia de La Rioja y su tío, Pelagio fue el vicepresidente de la Nación durante el primer período de Yrigoyen.
Y esa pertenencia al radicalismo marcó toda su obra. Recibido de abogado en 1951, enfrentó al primer peronismo, fue encarcelado y torturado y, cuando el poder de Juan Domingo Perón declinaba, en 1954, escribió su primer libro de historia: Yrigoyen. En ese primer trabajo, el joven escritor mostró las herramientas predilectas con las que iba a construir su carrera: un lenguaje llano, popular, accesible, y una vocación por popularizar la historia que lo convirtió en algo así como el hermano mayor de la divulgación histórica.
Tras la caída del gobierno peronista, Luna escribió su primer libro de ficción: La fusilación, que narra un episodio en la lucha entre las fuerzas nacionales y la montonera de Ángel Vicente “el Chacho” Peñaloza –tema que va a marcar su producción intelectual en las décadas siguientes–, por el cual ganó el Premio de la Dirección de Cultura de la Nación por el mejor cuento costumbrista. Apenas un año después, publicó Alvear, una biografía sobre el hombre que gobernaba el país cuando él nacía.
Las dos décadas que siguieron fueron la época dorada de Félix Luna. No sólo escribió libros de divulgación histórica –Los caudillos (1966), acaso su obra fundamental en el rescate de los líderes del interior, Ortiz (1978)– y de política – Diálogos con Frondizi (1962), y los celebrados El 45, De Perón a Lanusse (1973)–, sino que se convirtió en un personaje sobresaliente de la cultura popular.
En 1967 fundó la revista Todo es Historia y por aquellos años formó un dúo creativo con el músico Ariel Ramírez, con quien compuso una serie de canciones memorables, entre las que se destacan “Alfonsina y el mar”, “Juana Azurduy”, “Dorotea, la cautiva”, “Es Sudamérica mi voz”, “Güemes, el guerrillero del norte”, entre otras. Y, además, fue jefe de Gabinete de la Cancillería en 1962.
Gracias a su cuantiosa producción, Luna se convirtió en algo así como el divulgador oficial de la Argentina. Consultado como patriarca oficial de la historia, no dejó de publicar ni de mantener su exposición durante la última dictadura militar. La perla negra de este período fue su colofón en el filme de Sergio Renán La fiesta de todos, que celebraba la obtención de la Copa del mundo 1978, por parte de la Selección argentina, en el cual alababa la unidad en la alegría del pueblo argentino. Años después, reconoció esa participación como un error y dijo que “se dejó llevar por el espíritu de la época”.
FUE ROCA.
La última primavera de Luna se produjo en la década del ochenta con el surgimiento de la democracia de la mano de Raúl Alfonsín. En 1982 escribió Buenos Aires y el país, en el que abordaba la eterna cuestión entre unitarios y federales –el federalismo siempre fue una de sus máximas preocupaciones–, Golpes militares y salidas electorales (1983), el monumental Perón y su tiempo (tres tomos publicados en 1984) y, finalmente, su último gran libro: Soy Roca (1989), una biografía escrita en primera persona que despertó fuertes polémicas por dos razones: muchos vieron una comparación entre el por entonces presidente Carlos Menem y el general de la Campaña del Desierto y porque marcó el viraje ideológico definitivo de Luna. Del rescate de los caudillos, del revisionismo yrigoyenista inicial, Luna pasó, en ese gran libro –por cierto– a la legitimación del principal organizador de la república del ochenta, fundador del régimen conservador que el radicalismo enfrentó en sus primeros 25 años de existencia.
En los último años de su vida, se dedicó a dirigir la Historia integral de los argentinos, una serie de biografías de personajes históricos y a participar en debates culturales y políticos en los que llevaba sus grandes preocupaciones: el republicanismo, el respeto a las instituciones, su miedo al autoritarismo y la defensa de la libertad de pensamiento.
Opositor acérrimo del menemismo, al que consideró uno de los gobiernos más corruptos de la historia, se acercó a la experiencia de la Alianza, y tras una breve simpatía con las primeras medidas adoptadas por Néstor Kirchner, se volcó a la oposición y criticó su sesgo autoritario.
Su última actuación pública fue formar parte del Grupo Aurora, una reunión de intelectuales liderada por Marcos Aguinis, el ex vicepresidente Víctor Martínez, el decano de Derecho Atilio Alterini, el constitucionalista Daniel Sabsay, la historiadora María Sáenz Quesada y el politólogo Jorge Mayer, entre otros.
Más allá de las críticas y los elogios que recibió Félix Luna, una veintena de libros, otra veintena de buenas canciones, una revista que lleva más de 40 años ininterrumpidos en la calle justifican de sobra la vida de este abogado, historiador, escritor y político. No hay mucho más que decir. Félix Luna es historia.
Una revista que llevó a la historia a todos los kioscos
Todo es Historia, revista especializada en esa materia de la Argentina, fue fundada por Félix Luna en 1966. Desde mayo de 1967 se publica mensualmente sin interrupciones y se ha constituido en la publicación histórica más importante de Argentina.
Se originó como una respuesta a la censura de la actividad política que impuso la Revolución Argentina de Onganía. Félix Luna creyó que lo más próximo a la política era la historia, y entonces produjo la revista. La primera tapa fue de Juan Manuel de Rosas, un caudillo que seguía siendo cuestionado por el relato oficial, y desde ese instante Todo es Historia apostó por la amplitud ideológica al abordar el pasado del país. En ese primer número, Félix Luna sentó las bases editoriales: “Contaremos la historia libremente, sin prejuicios de ninguna clase”, escribió.
La revista ha convocado a los historiadores más importantes y diversos de la Argentina. Desde José Luis Lanuza y León Benarós a Osvaldo Bayer y Felipe Pigna. Mantiene el mismo diseño desde su lanzamiento, consta de 96 páginas y los escritores que la hacen son historiadores o protagonistas de la historia. En 1997, al cumplir 30 años de publicación ininterrumpida, Todo es Historia se llevó el Premio Konex de Comunicación y Periodismo.
Como una extraña pero merecida paradoja, el número 400 de la revista tuvo en la tapa al propio Félix Luna. Ya se había convertido en parte de la historia.
OPINIONES
El fabulador oculto
Sergio S. Olguín
Ser el historiador más famoso de la Argentina le impidió a Félix Luna otros reconocimientos: como poeta y narrador de ficciones. Junto a Ariel Ramírez armó una dupla que creó obras memorables: La misa criolla (1963), Los caudillos (1966), Mujeres argentinas (1968) y Cantata Sudamericana (1971). Bastaría con nombrar su poema “Alfonsina y el mar” para ubicar a Luna entre los autores líricos más destacados de las últimas décadas. Fue también un escritor consumado que se movía en la ficción tan cómodo como en el mundo real. Entre sus libros de historia y sus biografías, Félix Luna se dejó tiempo para escribir novelas históricas como La última montonera (1955), Martín Aldama: un soldado de la independencia (2001) y La vuelta de Martín Aldama. (2003). Pero su obra menos conocida merece una especial atención. Se trata de La noche de la Alianza (1963), un libro de cuentos publicado en plena proscripción del peronismo, que tiene como tema recurrente los últimos momentos de la segunda presidencia de Juan Perón. Por única vez, Luna se muestra como un escritor joven –tenía 38 años– interesado en los hechos políticos cercanos. Y lo hace sin evitar la polémica. Su mirada está cargada de ironía, dramatismo y, principalmente, de consideración hacia los personajes de sus relatos. Algunos cuentos como “El opositor”, “Cura sin sotana” y, sobre todo, el que da nombre al libro merecen un lugar en cualquier antología exigente del género.
Un hombre sabio
Pacho O’Donnell
Félix Luna era un hombre sabio que decidió y entendió que la historia no es patrimonio de los historiadores, sino de la gente común. Eso hizo que iniciara el camino de la divulgación histórica en la Argentina.
Fue, además, un pionero en muchas cosas. Por ejemplo, en divulgar la historia en televisión, en animarse a la música popular escribiendo las letras de canciones criollas junto a Ariel Ramírez, entre las cuales está, por supuesto, “Alfonsina y el mar”. A esto se debe agregar su trabajo en la revista Todo es Historia, el cual contribuyó a lograr su objetivo de que la historia llegara a todos. Y ésa es, finalmente, su mayor contribución: haber hecho que la buena historia, la historia seria, bien investigada, bien escrita, llegara a todos. Y eso es muy importante en un país como el nuestro, donde el sentimiento patrio es más bien bajo.
Está en la memoria popular
Felipe Pigna
Con la muerte de Félix Luna se ha perdido a una persona que hizo mucho por la historia. Su magnífica tarea en la revista Todo es Historia fue fundamental. Por ahí pasó gente importante que aportó muchísimo con sus investigaciones.
Félix Luna era un tipo que manejaba extraordinariamente bien lo histórico. Era, a grandes rasgos, la mezcla de un erudito con un hombre dotado de una gran capacidad para llegar a la gente. Y por eso hoy los argentinos, a nivel masivo, asocian su nombre con la historia de este país. Su legado está en la memoria popular y, por supuesto, en sus obras. A mi juicio, las más destacadas son Alvear, Yrigoyen, Ortiz y, sobre todo, Los caudillos. En esa última obra él demostró que era un hombre que además de todas sus virtudes, como sus conocimientos y su popularidad, solía presentar a los personajes de forma muy atractiva. Sus libros siempre estaban muy bien escritos.
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