viernes, 27 de abril de 2012

Los libros como hogar y la lectura como acto de rebeldía


Por Gabriela Mayer
DPA


El escritor argentino-canadiense Alberto Manguel disfruta de una vida entre libros: en su adolescencia lector para un Jorge Luis Borges ya ciego y actualmente dueño de una gigantesca biblioteca de unos 30.000 volúmenes, sostiene con conocimiento de causa que la lectura “es un acto de rebeldía que no elegimos”.

En una sociedad cuyos valores son “lo rápido, lo superficial, la gratificación instantánea”, el acto de leer, “lento, en profundidad, difícil en el mejor de los sentidos, se convierte entonces en subversivo”, analiza el autor de ensayos como “Una historia de la lectura” (Premio Médicis), “Leyendo imágenes” y “La biblioteca de noche”.

“La lectura nos ayuda a oponernos a una cierta estupidez ambiente y a las convenciones que nos convierten en consumidores”, opina el también traductor, editor y antólogo. Residente en Mondion, Francia, brindó una conferencia magistral sobre la lectura en el siglo XXI en la 38 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

Manguel, cuya obra fue traducida a más de 30 idiomas, destaca que el poder del lector es extraordinario. “Cada escritor quiere que sus libros sean un clásico, pero el poder de decidir qué es lo que constituye la historia de la literatura es nuestro, de los lectores”. “Jonathan Swift escribe “Los viajes de Gulliver” como una sátira política feroz y nosotros decidimos que es un libro para chicos. Y no puede hacer nada el pobre para decir ‘no me pongan en ese estante’”.

Al análisis del experto en lectura no escapan los cambios de soporte. “El libro impreso guarda el recuerdo de nuestro uso a través de las manchas, de boletos de tren, de anotaciones. Con el texto electrónico eso es imposible”.

“En el libro electrónico no solo ese texto es siempre el mismo para todos, sino que todos los textos son iguales”, por lo que obliga al lector a crear sus propias jerarquías. “Eso puede ser creativo”, matiza. Igualmente Manguel toma partido: “Para mí el objeto libro es necesario, y a mí me gusta más estéticamente, físicamente, que el texto electrónico”.

Manguel narra su invalorable experiencia como lector para Borges en la década del 60, cuando era adolescente: “A esa edad si a uno le impresiona alguien no lo dice. Entonces yo le estaba haciendo un favor a un viejito ciego”, recuerda risueño. “Fue mucho tiempo después que me di cuenta que tuve ese enorme privilegio de durante años escuchar comentar la lectura a una de las mentes más extraordinarias del siglo XX”, afirma.

“Lo que más me dejaron esas lecturas fueron justamente esos comentarios, saber que la escritura es una técnica. No se inventaban frases o historias sin reflexionar”. Evoca al autor de “El Aleph” como “un gran caballero”, aunque aclara que de ninguna manera los unía una amistad. “Me recibía, me llevaba a comer al hotel Dorá después de las lecturas y me hablaba de libros que le habían gustado”, rememora.

Autor de novelas como “Noticias del extranjero” y “Todos los hombres son mentirosos”, apunta: “Borges cambió la forma en la que nos relacionamos con la lengua. No se puede escribir de la misma manera, no se puede leer de la misma manera”. “La enseñanza de Borges es fundamental, nos muestra cómo funcionamos como lectores. (Julio) Cortázar aprovecha esa enseñanza y crea ejemplos, “Rayuela”, “Continuidad de los parques””.

El año pasado se publicó “Conversaciones con un amigo” (La Compañía), que reúne sus charlas con el editor francés Claude Rouquet. “Le tengo mucho cariño a ese libro. Es interesante, porque no es realmente autobiografía, no es entrevista, no estoy muy seguro de lo que es”, dice. Pero le dejó una certeza: “Me permitió relacionar ciertas ideas y opiniones sobre temas que me interesan en relación a quién soy yo y en qué persona me fui convirtiendo”.

Nacido en Buenos Aires en 1948, manifiesta que los libros fueron desde siempre su hogar. Sus primeros años los pasó en Israel, porque su padre era embajador argentino en ese país. El inglés fue su primer idioma y no aprendió el castellano hasta que regresó a la Argentina a los ocho años.
“Descubrí muy pronto que el lugar que siempre estaba allí eran mis libros. Y ese sentimiento dura todavía, mi casa está donde está mi biblioteca”, analiza el intelectual que también residió en Tahití y Canadá.

Manguel no duda en definirse como lector antes que como escritor. “Lo de escritor me vino muy tarde. Escribí cuentos, gané el premio ‘La Nación’ un año, y después dejé. Borges justamente decía que la gran diferencia entre escritores y lectores es que el escritor escribe lo que puede, mientras que el lector lee lo que quiere”.

“Después caí en la tentación (de escribir) por distintas razones. Pero la mayor parte de mis libros nacen del acto de leer”, asegura. Asimismo adelanta que está escribiendo simultáneamente dos novelas y dos ensayos: “Así que me reparto un poco, es como tener cuatro chicos”.

Hacía tiempo que Manguel no visitaba la Feria del Libro porteña, cuya actual edición se extiende hasta el 7 de mayo. “Es espléndida, sobre todo la cantidad de público que hay. Ya sé que no son tantos como los que van a un partido de fútbol, pero sin embargo es bastante impresionante ver 10.000, 20.000 lectores, en un solo lugar”, señala.

Respecto de las elecciones presidenciales francesas, se lamenta: “Es increíble que un país que ha sufrido como Francia durante la Segunda Guerra Mundial vote por una nazi como Marine Le Pen, 18 por ciento de los que votaron”. Y sigue: 2Todo lo que está sucediendo es espantoso, esta victoria de la derecha en Europa administrada ahora por banqueros al servicio de una Alemania que va a terminar siendo la cabeza de un imperio”. “Uno ya no sabe dónde refugiarse”, dice, pero luego se corrige y encuentra un lugar seguro: su biblioteca.

en: columna de opinion del Diario El Litoral on line del 27 de abril de 2012

viernes, 20 de abril de 2012

Siete formas de digitalizar el mundo y tres razones para seguir queriendo libros de papel

Siete son los cambios fundamentales que se han adoptado para “digitalizar nuestro mundo” y tres los problemas que han surgido al pasar de los átomos a los bits en la industria editorial. Esto resume ese complejo proceso, según Jaymi Heimbuch, una especialista en tecnología y comprometida ecologista que, en un artículo publicado en la página web Treehugger, sorprendente que es ver que algo tan tradicional como un libro se ha transformado en algo totalmente distinto. También señala que aún está vivo el debate sobre el nivel de simpatía que despierta la lectura de un libro electrónico si lo comparamos con uno de bolsillo y que tampoco está muy claro si el hecho de digitalizar todo supone reducir el impacto medioambiental, o si la confianza en los nuevos medios de almacenaje digitales no estará poniendo en peligro la preservación de toda la información generada.


Según Jaymi Heimbuch, los siete cambios fundamentales que se han adoptado para “digitalizar nuestro mundo” son:

1.    De los libros a los eBooks:No hay duda, según esta editora, de que los libros en papel cuentan con una presencia cada vez mayor en formato digital, aunque también añade que los primeros no van a desaparecer, por lo menos a corto plazo.

2.    De los DVDs a las películas y la televisión enstreaming: Una muestra de esto, señala Jaymi, es el hecho de que los estudios de cine y las cadenas de televisión están cada vez más dispuestos a permitir que la gente tenga acceso a su contenido en streaming, en lugar de que tener que esperar al lanzamiento de copias físicas.

3.    De los CDs al MP3:Parece que la norma hoy asumida es que la música ya es un producto que se maneja en archivos multimedia.

4.    De los mapas a los GPS:“¿Cuándo fue la última vez que compró una guía de carreteras?” –pregunta Jaymi–. Es posible tener acceso a cualquier mapa a través de un ordenador o de un teléfono móvil y conseguir información totalmente actualizada. Los mapas, añade, se quedan rápidamente obsoletos.

5.    De las fotos a Flickr:Según las últimas estadistas, más de dos millones y medio de fotos se suben cada mes a Facebook. Por su parte, Flickr se ha convertido en una de las plataformas en las que más fotos se comparten.

6.    Del correo postal al electrónico:Es una realidad más que constatada, asegura en su artículo; el correo comercial o la correspondencia entre amigos se encuentra almacenada en los ordenadores.

7.    De las revistas y los periódicos a los artículos en línea: Aunque las revistas y los periódicos en formato papel se siguen consumiendo, las versiones digitales van ganando presencia; en especial, apunta, tras la aparición de iPad.

Para finalizar, también comenta en su artículo que los tres problemas que han surgido al pasar de los átomos a los bits son:

1.    La información digital puede convertirse en humo:Todavía no se sabe cómo almacenar de forma segura y por cientos de años todo lo que se produce o transforma a formato digital. Al carecer de copias impresas, todo lo que “ha nacido digital” corre el riesgo de desaparecer, asegura Jaymi.

2.    Acumular tanta información quita demasiado tiempo:La infoxicación y el hecho de intentar estar siempre bien informado y a la última, puede restar tiempo para realizar otras cosas, asegura esta editora. “Ya es de noche –dice– y todavía te quedan más de seis mil artículos que destacar antes de cerrar tu navegador”.

3.    En realidad no es tan beneficioso para el medio ambiente: Las versiones digitales también conllevan un coste físico. Quizá ya no se utilice ni papel, ni tinta ni otros productos químicos para imprimir las fotos, pero subirlas a Facebook le supone a la empresa facturas millonarias en electricidad al mes. “La digitalización no implica la desaparición del impacto físico por parte de los medios de comunicación y la información –subraya esta ecologista–. El hecho de tener mil o diez mil canciones no supone diferencias en cuanto al impacto medio ambiental, pero quizá si lo tenga en términos de electricidad o de desechos electrónicos”.



viernes, 2 de marzo de 2012

El Atrapasueños

El Atrapasueños



Existe una leyenda proveniente de los pueblos originarios lakotas de origen sioux sobre el atrapasueños que dice así:

Hace mucho tiempo cuando el mundo era aún joven, un viejo líder espiritual lakota estaba en una montaña alta y tuvo una visión. En esta visión, Iktomi -el gran maestro bromista de la sabiduría- se le aparecía en forma de una araña. Iktomi hablaba con él en un lenguaje secreto, que sólo los líderes espirituales de los lakotas sabían entender. Mientras le hablaba, Iktomi -la araña- tomó un trozo de rama del sauce más viejo. Le dio forma redonda y con plumas, pelo de caballo, cuentas y adornos empezó a tejer una telaraña.

Hablaron de los círculos de la vida, de cómo empezamos la existencia como bebés y crecemos a la niñez y después a la edad adulta, para llegar finalmente a la vejez, cuando debemos volver a cuidar de los bebés, completando así el círculo.

Pero Iktomi dijo -mientras continuaba tejiendo su red- “en todo momento de la vida hay muchas fuerzas, algunas buenas otras malas. Si te encuentras en las buenas, ellas te guiarán en la dirección correcta. Pero si escuchas a las fuerzas malas, ellas te lastimarán y te guiarán en la dirección equivocada”. Y continuó: Hay muchas fuerzas y diferentes direcciones y pueden interferir con la armonía de la naturaleza. También con el gran espíritu y sus maravillosas enseñanzas.”

Mientras la araña hablaba continuaba entretejiendo su telaraña, empezando de afuera y trabajando hacia el centro. Cuando Iktomi terminó de hablar, le dio al anciano Lakota la red y le dijo: “Mira la telaraña es un círculo perfecto, pero en el centro hay un agujero, úsala para ayudarte a ti mismo y a tu gente, para alcanzar tus metas y hacer buen uso de las ideas de la gente, sus sueños y sus visiones. Si crees en el Gran Espíritu, la telaraña retendrá tus buenas ideas que descenderán por las plumas hasta ti y las malas desaparecerán al amanecer por el agujero”.

El anciano Lakota, le pasó su visión a su gente y ahora los indios usan el atrapasueños como la red de su vida. Se cuelgan encima de las camas, en su casa para escudriñar sus sueños y visiones. Lo bueno de los sueños queda capturado en la telaraña de la vida y vive con ellos. Lo malo escapa a través del agujero del centro y no será nunca más parte de ellos.

Los atrapasueños o también llamados cazadores de sueños, se denominaban “Bawaadjigan” en el lenguaje Ojibwe de los sioux, quienes luego se dividieron en los sante (isanyati, los que viven cerca de Knife Lake), dakota centrales y teton (lakotas).

Estas culturas sostenían la creencia de que los sueños eran mensajes del mundo espirtual. De esta manera, el atrapasueños funcionaba como un filtro de sueños y visiones, que protegía contra las pesadillas. Los lakotas particularmente, llegaron a creer que el atrapasueños sostiene el destino de su futuro, y es propicio para la buena fortuna y la armonía familiar, aparte de los buenos sueños.


Fuente: www.solonosotras.com


lunes, 20 de febrero de 2012

Podría renacer el árbol de Ana Frank

Esperan que en apenas un mes, cuando llegue la primavera a Europa, rebroten sus ramas, informaron hoy medios de prensa holandeses.

ÁMSTERDAM - Los tallos del castaño que la niña judía Ana Frank miraba desde la ventana de su casa de Amsterdam entre 1942, y 1944 y que fue derribado por una tormenta en agosto de 2010, están listos para que, en apenas un mes, cuando llegue la primavera a Europa, rebroten sus ramas, informaron hoy medios de prensa holandeses.
Según explicó a la agencia holandesa ANP Ton Stokwielder, de la Fundación Árbol del Mundo (Stichting Wereldboom), que luchó por salvar los restos del castaño tan querido por Ana Frank, los tallos que pudieron recuperarse están en perfectas condiciones y a la espera de las temperaturas más benignas de la primavera para que los nuevos brotes nazcan.



El experto botánico holandés prevé que en 2044 el mundo pueda disfrutar de un castaño totalmente nuevo, nacido a partir de alguno de los brotes sanos del "viejo" árbol, informó DPA.
Ana Frank hizo numerosas referencias al árbol en su célebre diario, denominado originalmente en neerlandés "Het Achterhuis" (La Casa de Atrás), por el refugio camuflado en el cual se escondía su familia en la vivienda de la Prinsengracht 263 de Amsterdam hasta que fueron delatados y finalmente capturados por los ocupantes nazis de los Países Bajos en 1944.
Según Stokwielder, la posibilidad de que de al menos uno de los tallos nazca un nuevo árbol es "grande". Su previsión es que para 2044 exista ya un "nuevo castaño de Ana Frank": para esa fecha se cumplirían exactamente 100 años del famoso "Diario" de la niña, que falleció en el campo de extermino nazi de Bergen-Belsen, víctima del tifus, en 1945.



Fuente : Télam
Fotos: Gooogle images

sábado, 18 de febrero de 2012

Kryygi

Por Osvaldo Bayer
/fotos/20120218/notas/na36fo02.jpg
Desde Bonn, Alemania

Hace casi un año y medio escribí para esta contratapa una nota llamada Damiana, hoy vuelvo al caso con el nuevo nombre que ha recibido aquella adolescente en idioma aché, la de su etnia, una población indígena que vive desde hace siglos en el Paraguay. Relaté en esa página el destino que había tenido esa niña en nuestro país, Argentina, a principios del siglo pasado. Fue una víctima más de la política de desprecio y explotación a los que se sometió a los pueblos originarios desde siempre.
En 1896, unos colonos blancos de Sandoa (Paraguay) buscaban un caballo que se les había perdido. De inmediato acusan a un grupo de achés, originarios de las selvas paraguayas, de haber sido ellos los culpables, ya que los sorprendieron en un asado. Sin comprobar nada los balean y caen muertos tres achés, uno de ellos una mujer. Queda viva una niñita de unos cuatro años que es entregada a los antropólogos estadounidenses Ten Kate y Charles de la Hitte, quienes la retienen para estudiar sus rasgos típicos. La llaman Damiana porque el día en que se la apropian en el calendario es San Damián. Ironías cristianas. A las cosas hay que hacerlas bien. Dos años después entregan la niña en La Plata al doctor Alejandro Korn, director del hospicio de esa ciudad. La madre de éste utilizará como sirvienta a Damiana. En 1907, el antropólogo Lehmann-Nietzche la fotografía desnuda, la “india” tenía ya 14 años, foto que fue exhibida en el museo de La Plata. Dos meses después la desdichada murió. Su cabeza fue enviada al académico Johann Virchow, en Alemania. El cráneo –cortado en la frente con un serrucho– fue mostrado allí en la Sociedad Antropológica de Berlín. El resto de su cuerpo fue llevado al Museo Antropológico de La Plata. Hasta que, en 2007, una organización aché del Paraguay reclamó los restos de Damiana. Fueron muchos los científicos y estudiantes argentinos que entonces se ocuparon de poner en claro las cosas y finalmente entregaron esos restos a su tierra aché. Fue una ceremonia plena de emoción. Los representantes argentinos supieron pedir disculpas por lo que se había hecho con Damiana, quien para los achés pasó a llamarse desde ese momento Kryygi y posteriormente Kryygimai, mai significa que ha muerto. Fue un acto con un profundo significado porque señala una vez más que la ética finalmente triunfa.


 
 
Pero, para tener completa la reivindicación, había que recuperar los huesos de la cabeza de la niña que habían sido enviados a Berlín para su “estudio” y, por supuesto, para su exhibición.
Finalmente, esos huesos fueron encontrados en el museo del hospital Charité, Berlín. Fue una tarea que se propuso y logró la ciudadana alemana Heidi Boehme-cke, quien junto a otras personas –entre científicos argentinos y estudiantes universitarios– solicitó a las autoridades alemanas la entrega de esa cabeza a su pueblo originario, los aché. También lo hizo la organización paraguaya Liga Nativa por la Autonomía, Justicia y Etica. Pero el museo alemán exigió que ese pedido fuera realizado por el gobierno argentino. No le bastaba la solicitud de científicos e intelectuales justamente interesados en reparar el daño moral que se había cometido no sólo con la niña Kryygi, sino también con su pueblo aché. Se continuaron haciendo los trámites en ese sentido apoyados por la embajada argentina en Berlín. Ya se estaba por conseguir este último paso cuando reaccionaron los aché a través de su organización. El director del museo berlinés donde se halla el cráneo ha recibido una carta de la mencionada Liga Nativa donde se le señala que “no encargamos ni confiamos algún mandato a nadie para gestionar en nuestro nombre y lugar la restitución de la cabeza de Kryygi en Berlín. Y aclaramos que todo trámite de restitución –respetuoso de nuestra soberanía, de nuestros tiempos de meditación y ritmo propio de decisión sociopolítica– debe contar con nuestro aval debidamente escrito, nuestro conocimiento y nuestro acuerdo previo”. Es decir, le están negando a los científicos y estudiantes argentinos el gesto bien positivo que tuvieron de comprender el caso, en lo que significa la autocrítica y la reparación del nefasto delito con esa niña al no haberla devuelto a sus ancestros, al utilizarla como sirvienta, mostrar su cuerpo desnudo en un museo y finalmente haber exhibido su cabeza en un museo europeo.
La ciudadana alemana Heidi Bochme-cke ha reaccionado con enorme tristeza ante este hecho porque hubiera querido estar también –como estuvo en la entrega de los otros huesos de la difunta– en el acto de solidaridad entre los que representan al pueblo ofendido y a los de las sociedades de los ofensores.
Escribimos esto porque todo el desarrollo de los hechos reivindicativos de la figura de esa inocente niña víctima del racismo muestran una nueva actitud de las generaciones jóvenes. Hacerse cargo del violento racismo que se cometió en el exterminio de los pueblos originarios y la posición de creerse “civilizados” al tratar de imponer la cultura europea. En vez de hacer un verdadero encuentro de las dos formas de vivir, para aprender una de otra. Por eso es una pena la actitud de los achés de querer actuar solos. Ojalá pues que sean los argentinos que reciban de los alemanes ese símbolo que es la cabeza de la adolescente humillada al extremo, para entregárselas ellos a su pueblo original y demostrar así que lo que hicieron sus antepasados fue un mero y repudiable racismo. Realicemos juntos lo que nuestras generaciones anteriores no lo llevaron a cabo.
Relatar este hecho parece una búsqueda de desviar la atención, cuando en Europa arde Troya porque la rabia del pueblo quema edificios enteros de pura rabia. Grecia. Sí, la Grecia aquella donde alguna vez Sócrates y Platón abrieron las puertas a la sabiduría. Pero es que la vida también está conformada por los cubos del juego de “rompecabezas”. Si en los pequeños hechos –que a veces son fundamentales– se pisotea la Etica, qué podemos esperar luego cuando esa falta de Etica provoca grandes acontecimientos de violencia, a veces justa, a veces exagerada, por pura desesperación.
Por ejemplo esto, a lo cual el diario regional de Bonn le ha dedicado una página entera. Título: “Dejan cesante a una directora de jardín de infantes católico”. Subtítulo: “Por haberse separado de su marido, la docente de 47 años de edad ha sido despedida por la Iglesia Católica”.
Uno relee esos títulos porque no lo puede creer. ¿En Alemania, esto? ¡Si fue uno de los primeros países que aprobó la ley de divorcio! Sí, pero esto ha ocurrido en la región católica de Alemania. La noticia trae una foto donde se ve a dicha maestra tocando guitarra y cantando rodeada por un grupo numeroso de niños sonrientes. Informa el diario que, al saberse la noticia, de inmediato un grupo de padres apoyó a Bernardette Knecht, la docente despedida. Un vocero de esos padres dijo: “No luchamos contra la Iglesia Católica, pero sí defendemos a un ser humano”. Es que la maestra posee la fama de ser muy buena docente, muy paciente y bondadosa con los niños. Pero el responsable de la Iglesia Católica en la escuela fue muy parco. Dijo el padre Schiffers: “Nuestros docentes firmaron un contrato y deben cumplirlo”. En ese contrato se establece que está prohibido el divorcio.
Increíble. Como el otro suceso de estos días que también atañe a la Iglesia Católica, en esta región renana. El Concejo Municipal de la ciudad de Colonia (Köln) aprobó por unanimidad una declaración en la que se repudian los procesos contra las llamadas brujas realizados por la Iglesia Católica hace 400 años, que finalizaron con la muerte en la hoguera de las acusadas. Este comunicado se firmó al cumplirse justo 400 años de la ejecución de Katharina Henot, quemada viva. El Concejo Municipal ahora la rehabilitó, señalando la inmensa injusticia cometida con ella y con las demás mujeres. El mismo cuerpo municipal ha solicitado al arzobispo católico de Colonia que se distancie de aquellas resoluciones criminales tomadas en esa época. Pero hasta ahora el arzobispo no ha respondido.
La historia del ser humano. ¿Cuándo se aprenderá a defender la Vida y la Libertad por encima de todo?
© 2000-2012 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.

jueves, 12 de enero de 2012

martes, 3 de enero de 2012

Arte Guaraní



EL MARAVILLOSO ARTE GUARANI - LA COMBINACIÓN DE COLORES Y LOS VARIADOS DIBUJOS SOBRE EL CUERPO DEJAN VER EL GRAN TALENTO ARTÍSTICO QUE POSEEN LOS GUARANI. EL TEMA MUSICAL QUE ACOMPAÑA ESTAS IMAGINES ES UNA COMPOSICIÓN DEL KUNUMI Y SE LLAMA MAINUMBY (COLIBRI, PICAFLOR).


Fuente:
http://elkunumi-guarani.blogspot.com/

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cuento. El principe felíz.Oscar Wilde



Oscar Wilde






En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.






Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.






Por todo lo cual era muy admirada.






-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte-. Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico.






Y realmente no lo era.






-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.






-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.






-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.






-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?






-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.






Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.






Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad.






Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.






Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.






-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.






Y el Junco le hizo un profundo saludo.






Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.






Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.






-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.






Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.






Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo.






Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.






-No sabe hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.






Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.






-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.






-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la Golondrina al Junco.






Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.






-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina-. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!






Y la Golondrina se fue.






Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.






-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme.






Entonces divisó la estatua sobre la columnita.






-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.






Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.






-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.






Y se dispuso a dormir.






Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.






-¡Qué curioso! -exclamó-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.






Entonces cayó una nueva gota.






-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.






Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota.






La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!






Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.






Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintióse llena de piedad.






-¿Quién sois? -dijo.






-Soy el Príncipe Feliz.






-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina-. Me habéis empapado casi.






-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.






«¡Cómo! ¿No es de oro de buena ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.






-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.






-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.






-Golondrina, Golondrina, Golondrinita - dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!






-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.






Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.






-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.






-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe.






Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y, llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad.






Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.






Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile.






Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.






-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!






-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial -respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias ¡pero son tan perezosas las costureras!






Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el gueto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.






Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.






La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.






-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor.






Y cayó en un delicioso sueño.






Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.






-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.






Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía.






Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.






-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en invierno!






Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local.






Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!...






-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina.






Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.






Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.






Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:






-¡Qué extranjera más distinguida!






Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.






-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.






-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?






-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.






-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.






-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?






-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.






-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso.






Y se puso a llorar.






-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.






Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.






El joven tenía la cabeza hundida en las manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.






-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.






Y parecía completamente feliz.






Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.






Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.






-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.






-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina.






Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.






-He venido para deciros adiós -le dijo.






-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?






-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.






-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.






-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.






-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.






Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.






Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.






-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña, y corrió a su casa muy alegre.






Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.






- Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.






-No, Golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.






-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.






Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en países extraños.






Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.






-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.






Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.






Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras.






Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.






-¡Qué hambre tenemos! -decían.






-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.






Y se alejaron bajo la lluvia.






Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.






-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.






Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza.






Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.






-¡Ya tenemos pan! -gritaban.






Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.






Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían.






Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.






La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.






Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.






Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.






-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese la mano.






-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.






-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad?






Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.






En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.






El hecho es que la coraza de plomo se habla partido en dos. Realmente hacia un frío terrible.






A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.






Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.






-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!






-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.






Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.






-El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado -dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.






-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.






-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.






Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea.






Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.






-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la Universidad.






Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.






-Podríamos -propuso- hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.






-O la mía -dijo cada uno de los concejales.






Y acabaron disputando.



-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como desecho.

 
Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.

 
-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.

 
Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

 
-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.