Por Horacio González, director de la Biblioteca Nacional
La Biblioteca Nacional, una de las máximas instituciones dedicada a la ilustración popular, está en discusión.
Se hace necesario aclarar entonces qué se ha hecho en estos años en nombre de la cultura pública y el desarrollo bibliotecológico del país.
En primer lugar, su política cultural alcanzó una dimensión nueva de apertura a todas las corrientes de ideas de la historia argentina. Se recobró el aire innovador de revistas como La Biblioteca, que fue fundada por Paul Groussac y continuada por Borges. Ahora renovada, sin el exclusivo sello personal que le imprimió Groussac –aunque es cierto, sin su disposición archivística–, y también sin la cerrada atmósfera de época que le imprimió Borges –bien que sin la fortuna de contar con aquellas iluminaciones borgeanas que les daban a esa publicación un original matiz–, hemos abierto sus secciones a investigaciones, documentos y ensayos provenientes de múltiples estilos y pensamientos.
La editorial de la Biblioteca Nacional recobró textos olvidados, ignorados o desechados del acervo bibliográfico nacional, con atrevimiento y desenfado. No seguimos criterios canónicos ni nos guiamos por dogmas preestablecidos. Editamos según decisiones emanadas del placer del texto y de la excavación en los lenguajes, sean los más clásicos o excéntricos. La memoria misma de la Nación, con sus izquierdas y derechas, sus ensayismos y raras imaginerías fue puesta en las librerías de nuestras ciudades, desde Germán Ave Lallemant a Lucien Abeille, de Ignacio Anzoátegui a Martínez Estrada, desde el lingüista Rudolf Grossmann al antropólogo Bernardo Canal Feijóo, desde Manuel Ugarte a Cancela, de los Gauchos judíos de Gerchunoff al Tempe argentino de Marcos Sastre.
Se hicieron concursos para otorgar becas de investigación, se publicaron facsimilares de revistas, como Contorno, Envido, Lulú y Literal, además del histórico periódico The Southtern Star; se presentaron, desde seis años hasta esta parte, cientos de libros de autores noveles o consagrados, se realizaron actos culturales de todo tipo mediante la apertura gratuita de sus salas, que recogieron el vasto movimiento cultural de la ciudad; se realizaron concursos de historieta promoviendo a jóvenes autores y videos para la televisión pública. Está en marcha el facsimilar de la revista Proa, que los investigadores recibirán con satisfacción.
Sus ciclos de música y de cine se hallan hoy entre los más activos eventos –y sin modestia: prestigiosos–, de la cultura erudita, de vanguardia, marginal o popular, clásica o experimental, como la que raramente se aloja como conjunto vivo en una institución, esto es, no como vocación ecléctica o pasiva, sino como impulso deliberado hacia una ágil diversidad.
Llamamos a esto política cultural. Se alentaron trabajos de investigación externos e internos, de sus propios funcionarios y empleados, de lo cual surgieron numerosos trabajos –de iniciación o avanzados– que tuvieron su culminación en el volumen Borges, libros y lecturas, que significa un paso insustituible en la siempre renovada crítica borgeana. La capacitación del personal adquirió una relevancia antes no conocida, que fue tomando cada vez mayor sistematicidad.
Decenas de talleres literarios, poéticos y de formación teatral –con sus publicaciones propias– la ponen en el centro de una experiencia formativa y pedagógica en muchos casos de nivel universitario. Situando de este modo a la Biblioteca Nacional en la primera fila de las instituciones culturales argentinas, lo que, como es lógico, culmina en el despliegue de un vasto plan de actualización bibliotecológica que ha renovado su infraestructura técnica, de atención al público y de circulación de la Biblioteca. Desde el parque integral de ascensores y montalibros hasta la climatización de sus depósitos, siendo inminente la instalación final del sistema integral de gestión bibliotecaria –la informatización general de la biblioteca– gracias a los esfuerzos de todos los sectores de la institución, y especialmente por iniciativa de su subdirección.
Bajo el mismo impuso de las bibliotecarias y bibliotecarios profesionales de la institución se realizaron numerosos congresos de catalogadores y de otros ramos de las disciplinas bibliotecológicas, a los que concurrieron cientos de profesionales de la bibliotecología de todo el país y de Latinoamérica.
Se han hecho convenios de portales digitales con Brasil y con la Biblioteca Digital Mundial; las exposiciones recorren una versátil amplitud temática, realizadas con especial cuidado por funcionarios especializados, conocedores de la historia del libro y de las ediciones argentinas.
Se abrieron salas aledañas de exposición; se adquirieron equipamientos que pusieron a la Biblioteca en un rango apropiado de modernidad, capaz de sostener sus avances de gestión bibliotecaria. Se compraron o fueron donadas colecciones de manuscritos y documentos valiosos de la cultura nacional, como las bibliotecas de Dardo Cúneo, parte de la de Juan Carlos Paz, Luis Emilio Soto, Fermín Chávez, Darío Alessandro, Alejandra Pizarnik, Floreal Ferrara, Leopoldo Lugones –cuyo intenso papelerío se resguarda hoy en la Sala del Tesoro–, la valiosísima colección de revistas de Rogelio García Lupo, todos ellos gestos que caracterizan el empeño de proteger el patrimonio escrito del país y su memorial intangible. Los papeles de las investigaciones postreras de David Viñas también se hallan en custodia. El archivo Frondizi se ha clasificado y puesto a disposición de numerosos investigadores. La donación de las fotografías de Ignacio Ezcurra, en su momento fotógrafo de La Nación, cubre un momento vital de la historia de la fotografía argentina.
El apoyo del gobierno nacional y de la Secretaría de Cultura fue vital para que pudieran conjugarse al unísono tantas iniciativas. De próxima inauguración, el Museo del Libro y de la Lengua, diseñado por Clorindo Testa y Francisco Bullrich –un edificio que se entrega a la ciudad y al país como un gran desafío arquitectónico y cultural–, estará sostenido por originales muestras que llevan a la reflexión sobre la historia de la lengua nacional, preparadas por grupos de trabajo formados con el personal de la Biblioteca Nacional. Se da culminación así a una vasta tarea de años para poner a la Biblioteca Nacional en el centro del tejido cultural argentino, lo que le dará una nueva vivacidad: se trata de la convocatoria a crear nuevos lectores e investigadores con autoconciencia de la lengua real hablada, donde se alojan los hilos tácitos y visibles de la memoria lingüística del país, su literatura, su cancionero y sus poéticas generales. A lo lejos, se agita el ejemplo –remoto, es cierto, pero susceptible de invocaciones con el repique de lo actual– del joven Mariano Moreno, que vio las bibliotecas, como Franklin las había visto en su país, plenas de ebullición social, compromiso cívico y pedagogía democrática.
Todos saben que la historia de la BN se compone de jacobinos erizados, como lo atestiguan sus documentos fundacionales. Y de sacerdotes revolucionarios. Y de herederos de todas las clases de reaccionarismos. Y de la ilustración grousacquiana –problemática pero incisiva–. Y de la teoría borgeana de la “catalogación incesante” que nunca agota su objeto, que es la máxima teoría bibliotecológica concebible, superior quizás a la de Leibniz en el siglo XVII. Por la dirección de la Casa pasaron los sacerdotes Chorroarín y Segurola –hombres ilustrados, científicos, bibliófilos sutiles, progresistas de su tiempo–; el hermano de Mariano Moreno, Manuel, custodio de su memoria, partícipe de la conciencia federalista la época; Marcos Sastre, federal urquicista, que fue preso por fuerzas porteñas que lo obligaron a renunciar; Vicente Quesada, reorganizador ostensible de una etapa nueva al promediar la segunda mitad del siglo XIX; Carlos Tejedor, quien años después de dejar la Biblioteca dirigió las tropas porteñas que dieron batalla al ejército nacional en la sangrienta batalla de los Corrales; José Mármol, a quien Groussac le dirige críticas demoledoras por asuntos específicamente bibliotecarios; el propio Groussac –conservador en todas las materias culturales y raro innovador de la lengua nacional, al que Sarmiento intentó entorpecerle su nombramiento en la BN, en cuyo despacho escribía sus discursos Carlos Pellegrini y que activó en política junto a Bernardo de Irigoyen, Avellaneda y Sáenz Peña, siendo sancionado por sus estilos polémicos por el propio gobierno nacional–; Martínez Zuviría, que realizó importante labor bibliotecaria tanto como puso una impronta de grave discriminación cultural en su larga gestión, y el propio Borges, que entre sus actividades políticas en la Biblioteca hizo explícito de múltiples maneras institucionales su apoyo al gobierno político de entonces, tanto como su oposición a otros con los que convivió a desgano. Los énfasis que puso, como se sabe, son superiores a todo lo que se había visto antes o después en materia de adhesión política. Siendo director de la BN dijo frases de cadencia surrealista –él, que combatió a esa escuela– como “la democracia es el abuso de la estadística”, que no era cualquier frase, y que hoy puede interpretarse bajo los beneficios, atenuantes y bálsamos que proporciona su poderosa voz literaria, que consagra la paradojal comprensión del Otro como motivo último del descubrimiento de los núcleos oscuros de la existencia.
Bajo consignas como éstas tomamos la gestión de la BN, haciéndonos cargo de todo su pasado, poniendo a Borges como superior motivo de indagación política y literaria, para que toda época sea en definitiva un nuevo capítulo de la organización de una cabal justicia literaria, y tratamos de conjugar la tradición ilustrada con la tradición nacional-popular. Fusión ésta que no es necesariamente vulgar sumatoria política, sino acto moral e intelectual. Que resulta molesta, inquietante y necesaria: desde luego. Es nuestro “orbis tertius” ante los cruciales antagonismos culturales del país. La BN es una institución del conflicto históricopedagógico argentino; su politización surge del interior mismo de sus anaqueles, y la garantía de pluralidad la da una gestión que carga con juicio sereno el conjunto de su compleja historia.
Las reuniones del colectivo Carta Abierta, como la de muchos otros grupos culturales y políticos que solicitan sus instalaciones, reproducen las formas nutrientes de cada institución bajo una forma asamblearia original y participativa, en la que a nadie se le piden credenciales. ¿Cómo no va a hablar el director de la Biblioteca de la actualidad problemática, que desde siempre –desde 1810– constituye lo efectivamente real de los anaqueles que custodian la memoria escrita del país? ¿Cómo va a pasar por alto la naturaleza polémica de la cultura social y política, a la que se acude como inspiración mayor, y aun admitiendo errores, sabiéndose que siempre vale más una palabra dicha en espacios abiertos de la historia de las ideas argentinas antes que las numerosas, desprolijas operaciones periodísticas?
Tomado de http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/17-22491-2011-08-04.html Pagina 12 seccion Cultura y espectáculos consulta on line del 17-08-2011
Imagen: Leandro Teysseire
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