7
de abril, Tucumán, circa 1937…..
La
abuela María era bajita,
morochita, con poquito pelo canoso trenzado y hecho un rodetito atrás. No
sabemos a que pueblo originario pertenecía, pero sus orígenes se remontan a
muchos años atrás. Tal vez haya nacido
en Choya, en Catamarca porque sus recuerdos siempre se referían a la
precordillera, a Catamarca, al viento… Tenía una amiga que cuando corría un
viento fuerte le decía: “¡¡¡Cordillera Ña María!!!!”, refieriendose al viento
frio que corre cerca de la precordillera.
Era
muy callada, nunca se reía a carcajadas, pero siempre tenía una sonrisa en su
cara. El marido se llamaba Juan Ignacio y la abandonó con dos hijitos muy
pequeños, mi papá Ramón y mi tía Emilia. El abuelo se fue con una prima de él
que tenía 15 años.
Mi
abuela vivía cruzando el callejón enfrente de casa en una casita linda. Recuerdo
una pieza grande con una mesa llena de santos, los principales eran San Roque y
San Antonio, a los que los vecinos les traían velas para solicitar favores. Por
ejemplo a San Roque le pedían por los enfermos, por la epidemia, a San Antonio, por animales perdidos o que apareciera
algún novio fugado, a San Lorenzo por algún quemado o por los incendios, a santa
Lucia por los afectados por la vista, etc. Vírgenes y Santos se distribuían en la mesa y
en las ocasiones que venía el promesante a pedir un favor especial o a agradecer, se lo
ponía el lugar más destacado para aceptar la petición o la ofrenda.
El
más destacado entre los santos de la mesa de mi abuela era un San Roque en una
estatuilla de bulto de aproximadamente 50cm de altura
Había
también sobre la mesa, un nicho de madera que contenía a los santitos más
chicos y en la madera del cajoncito se clavaban las ofrendas en plata que las
personas le ofrecían al santo para pedirle que los sanara (Por ejemplo ojos,
brazos, piernas, corazón o de animales perdidos
para que aparecieran por ejemplo
chanchitos, cabras, vacas etc)
Frecuentemente
se hacían novenas en el día que le correspondía al santo del mes y venían los
vecinos a rezar 8 noches seguidas y la 9na noche se hacia una fiestita. Se
tomaba mate, (recuerdo que el mate de mi
abuela era de plata labrada con tres patitas) o se servía café a los grandes
y mate cocido a los chicos. La
rezadora de las novenas era la Tía
Emilia y entre las oraciones se intercalaba una especie de cuento, relacion o
verso que narraba la historia del santo al que se lo veneraba ese día y sus milagros.
En
invierno se colocaba en el centro de la habitación un brasero con brasas y alrededor
las personas se sentaban en sillas,
bancos o tablones.
Se
hacían juegos, por ejemplo El juego del botón que consistía en encerrar un botón en la palma
de las manos y se iba poniendo en las manos de cada jugador y en determinado
lugar se lo soltaba el botón en las manos de algún participante y cuando
terminaba la ronda, otro jugador debía adivinar quién tenía el botón, Si
adivinaba quien tenia el botón se reiniciaba el juego uy si perdia tenia que
cuplir una prenda que consistían en imitar el canto de algún animal y si no salir
a la vereda y gritar algo con rimas: “ vecina, vecina se le quema la cocina” [i]
La
gente mayor se entretenía contando cuentos de aparecidos, de fantasmas, de
animales, del Alma Mula, el Duende, el Petizo Sombrerudo, el Mano de lana, El
Curupí, el Familiar y sucesos notables o
historias antiguas. Se quedaban hasta las 12 o la 1 de la madrugada cuando los
niños empezaban a tener sueño o se acababan los temas de conversación.
Las
noches eran oscuras de una oscuridad total y las estrellas al alcance de la
mano y en las noches de luna clara se podía jugar afuera con la tia Emilia al
gallo ciego, al mantanti lirula, etc.
La
abuela era muy madrugadora se levantaba temprano a hacer el fuego. Ponía
troncos grandes de arboles para hacer mucha brasa y mucha ceniza o rescoldo que
lo usaba para hacer postres y comiditas.
Ponía
el rescoldo caliente en una olla de hierro y ahí largaba el maíz para hacer el AUNCA
(es decir pororó, pochoclo o florcitas de maíz como se llama ahora) y lo
colocaba en un jarro grande y le gritaba
a mi hermano Ramón que viniera a buscarlo. Mi hermano tenía un jarro de lata de
durazno con manijita de alambre de fardo retorcido que servía de taza de desayuno
que lo repletaba con esa mezcla de matecocido y pochoclo. Era su mayor
felicidad. Mi hermano y yo éramos los únicos nietos en ese momento y ella era
cariñosa aunque no demostrativa pero le gustaba prepararnos postres
especialmente .El arroz con leche para mi hermano mayor y la mazamorra con
leche para mi.
Los
maices que no se abrían se ponían en un mortero de madera grande de
90 cm de altura o mas quizas y se molían hasta que se hacia una harina, a la
cual se le colocaba un poquito de azúcar y agua para poderlo comer como un
postre: la HARINITA.
El
rescoldo lo utilizaba también para hacer las TORTILLAS AL RESCOLDO, eran
altas como pan casero, pero no se asaban al horno sino que se desparramaba el
rescoldo, se ponía la tortilla amasada ahí y se tapaba con una lata redonda de
dulce de batata y se ponía arriba de la lata brasas encendidas Cuando estaba
cocida nos gritaba para que fuéramos a buscar.
Tenía un jardín lleno de plantas: alelíes de distinto colores, albahacas,
maravillas. Tenía además sobre un pilar unos tablones largos con tarritos de distintos tamaños llenos de
plantitas diversas y también distintos recipientes
donde se juntaba el agua de lluvia para multiples
usos porque el agua del pueblo era y es muy salitrosa. Un Paraíso gigante en la
entrada y un Guayacán enorme atrás. Muy añoso y
muy recordado porque en sus huecos había ratas que fueron las causantes
de la peste bubónica que asolo el pueblo.
La
abuela tejía a crochet carpetitas y puntillas en hilo finito para los manteles
de la virgen.
Los
lunes íbamos al cementerio a llevar velas y flores de papel crepe que se hacían
en la casa y que se cambiaban de los nichos cuando amarilleaban o se
desteñían por el sol y las lluvias, para
los muertitos de la familia o algún finadito que no recibía vistas de
familiares. Quedaba a 5 km del pueblo e ibamos caminando por el callejón a la
tardecita o bien temprano en la mañana antes que hiciera calor porque el sol es
muy fuerte en mi pueblo, aun en invierno.
En
Noviembre, para el Día de los Muertos, la tía Emilia hacia unas hermosas
coronas de flores de papel crepe de 50 cm de diámetro, que se vendían a los
vecinos y que se encargaban con anticipación. Algunas coronas eran de muchos
colores, otras se hacían a pedido solo en blanco y negro, otras solo en violeta
y blanco. No se la razón, tal vez dependía
del tiempo que había transcurrido desde el fallecimiento
Las
flores mas lindas que se hacían eran rosas, crisantemos hermosos, claveles y calas.
Yo la ayudaba a mi tía. Cortabamos papelitos redondos y se hacían caladitos
alrededor o retorcíamos los pétalos que se colocaban superpuestos de a 6 u 8 y
en el medio le poníamos el alambre y se armaban la flores Se llevaban en coronas o en ramos y después
de dejar las velas y la flores nos volvíamos caminado, charlando o riendo y la tía Emilia hacia bromas que nos perseguían los muertitos o algún loco suelto lo
que era motivo de risas y de sustos.
A
veces eran muchos los chicos que se unían con nosotros para ir a visitar el cementerio lo que lo transformaba
en una salida festiva. Venían y preguntaban: ¿Dona María vamos al cementerio?
y de vuelta volvíamos juntando mistoles, algarrobas, flores, plantitas, etc.
De ahí me debe quedar el gusto de visitar cementerios.
Los
pájaros más recordados son las urpilas, una especie de paloma y los cardenales.
No se veían muchos pájaros en el pueblo, si en el monte donde se podían
escuchar chalchaleros, loros, cotorras, catitas, lechucitas paradas en los
postes que los chicos jugábamos a gritarles: “¡¡¡Te pillan de atrás!!!
(significa te agarran de atrás) y las lechucitas curiosas giraban toda la cabeza, lo que nos divertía
El tiempo pasa, lo unico que queda es la casa de mi abuela con la mesa de los santos y los santos, las camas
de bronce antiguas, con grandes respaldares, las mantas tejidas a telar, y las sabanas bordadas a mano por la tía Emilia. Ya no hay arboles ni flores. Solo silencio y soledad.
De
paso por mi pueblo, el año pasado unas fotos retrataron debajo de una mesa una
imagen poco clara, algo como una niña escondida, una sombra, un recuerdo ¿Serán
los espíritus guardianes de la casa?
Este
es mi recuerdo de mi abuela María.
Nilda
Entrada nueva al pueblo
Antiguo surtidor de Kerosen
Estación de tren
Las vías
Molino harinero
Casa del farmacéutico Don Zurita
[i]
La cocina consistía en una habitación alejada
a la casa , construida con
tablones de madera, techo de chapa o de
ramas tipo paja con barro encima que se
endurecía al sol y sin puerta donde se prendía el fuego que no se apagaba
nunca y que a la noche se lo tapaba con la ceniza y una chapita encima para
conservarlo y que a la mañana siguiente
se lo reavivaba. Para reavivar el fuego se juntaban marlos del maíz o ramitas
delgadas ( llamadas champas).
Que el fuego se apagara era
una contingencia grave. En esos casos se recurría a los vecinos a solicitar
unas brasas para volver a encender el fogón.