sábado, 28 de mayo de 2011

Descubren un túnel que era la representación del "inframundo"

MEXICO -- HALLAZGO HISTORICO


Sábado 28 de Mayo de 2011
La excavación había sido clausurada hace más de 1.800 años.


TEOTIHUACAN (México).- Investigadores mexicanos localizaron debajo del Templo de la Serpiente Emplumada de la ciudad prehispánica de Teotihuacan, a unos 45 kilómetros al noreste de Ciudad de México, un túnel clausurado por sus pobladores hace 1.800 años.

Investigadores de la Universidad Nacional de México hicieron el hallazgo gracias a un georradar que detecta desde la superficie el subsuelo y el registro del complejo arqueológico, mediante una cámara de video en 3D.




"Con el georradar, que barre con ondas electromagnéticas desde la superficie para detectar materiales y objetos del subsuelo, el académico del Instituto de Geofísica (IGf), Víctor Manuel Velasco Herrera, detectó la ubicación de ese pasaje, sus dimensiones y las cámaras al final de éste", informó la UNAM.

"(Ese túnel) es una representación del inframundo. Se trataba de un lugar de creación, donde residen las fuerzas telúricas, emanadas de las deidades; el sitio donde se crea y se recrea la vida de forma constante", dijo a su vez el arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Sergio Gómez Chávez.

Tras años de dirigir al equipo que ha hecho posible extraer tierra y piedras, el arqueólogo encontró "una ruta de símbolos, cuya conclusión serán las cámaras funerarias ubicadas en el extremo del corredor".

"Ahora, se avanza en la exploración del túnel, que se encuentra a 14 metros de profundidad, con orientación de oeste a este -de acuerdo a distintos relatos o mitos que compartían diversas culturas mesoamericanas, la entrada al inframundo es precisamente en esa dirección-, con una longitud de 120 metros".

Y añadió: "Al final, se encuentran varias cámaras, donde pudieran estar los restos de los gobernantes de esa civilización mesoamericana. De confirmarse, será uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del siglo XXI a nivel mundial".

Con este equipo no invasivo, propiedad del Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas (IIMAS) de la UNAM, Velasco Herrera ha detectado la longitud de la oquedad y el mítico sitio al que conduce.

Teotihuacan, con sus gigantes pirámides del Sol y la Luna, sus palacios, sus templos, conjuntos habitacionales, talleres, mercados y avenidas, es la ciudad prehispánica más grande de Mesoamérica. Alcanzó su mayor auge entre los años 300 y 600 después de Cristo.


Fuente: Télam Consulta on line el 28/07 /2011













viernes, 20 de mayo de 2011

Una historia de amor, una muerte y una guitarra de árboles.



La historia se escribe acá, en Argentina, un hombre enamorado que quiso rendirle un homenaje a su esposa fallecida. Los árboles forman una guitarra y es un verdadero espectáculo y representación de un gran amor.

Los pilotos de avión que pasan realmente se sorprenden y no dejan de admirar esa mega obra natural de amor. Allí, en la monótona llanura, hay una arboleda de cipreses y eucaliptos en forma de una gigantesca guitarra. Tiene aproximadamente un kilómetro de largo.



Detrás de la gran guitarra de las pampas, y los aproximadamente 7.000 árboles que la componen, hay una historia de amor que tomó un giro trágico.



La arboleda con los contornos de una guitarra es obra de Pedro Martín Ureta, un productor agropecuario que ahora tiene 70 años. La obra paisajística es un homenaje a su difunta esposa, Graciela Yraizoz, quien murió en 1977 a los 25 años. "Es increíble ver un diseño tan cuidadosamente planeado, a tanta distancia abajo", dice Gabriel Pindek, piloto comercial de Austral Líneas Aéreas. "No hay otra cosa así".



Ureta, de una familia estanciera con hondas raíces aquí, fue un bohemio en su juventud. Viajó a Europa y se codeó con artistas y revolucionarios. Tras volver al país a finales de los años 60, a los 28 años, fue cautivado por Yraizoz, quien apenas tenía 17 años.



El párroco local casi se niega a celebrar la boda, recuerda Ureta, ya que no creía que el estanciero parecía lo suficientemente comprometido para amar a Yraizoz "todos los días" de su vida. Pero Ureta demostró ser extraordinariamente devoto a Yraizoz, dicen sus amigos e hijos, y la unión fue feliz, aunque breve.



"Ella era muy emprendedora, vivía haciendo cosas", dice Soledad, de 38 años, uno de los cuatro hijos del matrimonio. "Ella ayudó a guiar a mi papá. Vendía ropa".



Un día durante un vuelo sobre la llanura pampeana, Yraizoz divisó un campo que, por obra de una peculiaridad topográfica, desde el aire parecía un balde, cuentan sus hijos. Fue entonces cuando ella comenzó a pensar en diseñar la propia finca de la familia en la forma de una guitarra, un instrumento que adoraba.



"Mi padre era muy joven, y estaba ocupado con su trabajo y sus propios planes", dice su hijo menor, Ezequiel, de 36 años. "Él decía 'después, hablemos después'".



Yraizoz, sin embargo, no tenía mucho tiempo para esperar. Un día en 1977, se desmayó. Había sufrido una ruptura de aneurisma cerebral, un debilitamiento en la pared de un vaso sanguíneo que terminó por explotar. Murió poco después, mientras llevaba en el vientre a quien hubiera sido el quinto hijo de la pareja.



Hoy, Ureta dice que la muerte de su mujer orientó su vida en una dirección más filosófica. Dice que se retrajo un poco. Leyó sobre el budismo. Ureta parafrasea un verso del cantautor y escritor Atahualpa Yupanqui que le quedó grabada en la cabeza: Galopaba mucho y lo mismo llegué tarde.



Unos años después de la muerte de su Graciela, Ureta decidió cumplir con sus deseos sobre el diseño de la estancia. Como los paisajistas con los que consultó estaban predeciblemente desconcertados, se hizo cargo del trabajo.



La mayor parte de la guitarra, como el cuerpo y la boca en forma de estrella, está hecha de cipreses. Ureta plantó seis filas de eucaliptos para que hicieran de cuerdas, cuyo tono azulado ofrecía un contraste desde la altura.



Plantar la guitarra fue un trabajo de toda la familia, y hacer que los jóvenes árboles crecieran fue más difícil. Las liebres y los cuises destruían las frágiles plantas. "Es una zona semiárida y hay vientos fuertes y sequías", dice el estanciero. "Tuve que sembrar y resembrar y casi abandoné el proyecto".



Finalmente, Ureta tuvo una inspiración. Puso algunos metales de desecho y mangas protectoras en torno a los jóvenes árboles. Cuando los árboles finalmente comenzaron a crecer, María Julia, la hija de 39 años, dice que fue lo más parecido posible a que la madre volviera a vivir.



Mientras se ocupaba de los árboles, Ureta estaba criando cuatro hijos. Todos los días, manejaba unos 15 kilómetros en su camioneta pickup para llevarlos a la escuela. Cuando la pickup se estancaba en el barro durante la temporada de lluvias, usaba un caballo para sacarla.

Hoy, el hijo mayor, Ignacio, de 42 años, es ingeniero; María Julia es representante farmacéutica; Soledad es profesora de educación especial; y Ezequiel es veterinario. Tiene nueve nietos.



Ureta espero un largo tiempo después de la muerte de Graciela para entablar una nueva relación seria, dicen sus hijos. En los 90, empezó a salir con María de los Ángeles Ponzi, que está a cargo de la farmacia del pueblo. No han contraído matrimonio, pero tienen una hija de 11 años, Manuela. Ponzi dice que aprecia la belleza del tributo a la primera esposa de su pareja.

Ureta nunca ha visto la gran guitarra desde el cielo, excepto en fotos. Teme volar.





Fuente: WSJ

Tomado de: http://infomalargue.com/ambiente/853.html, diario digital, consulta on line el 18/05/2011





martes, 17 de mayo de 2011

La libertad y los libros. Mario Vargas LLosa




...Manuscritos, impresos y, ahora, digitales, los libros representan la diversidad humana (mientras no sean expurgados, claro está). A condición de que puedan participar en ella sin discriminación, cortes, sin censura, los libros de una Feria del Libro son, en pequeño formato, la humanidad viviente, con lo mejor y lo peor que ella tiene: sus creencias, sus fantasías, sus conocimientos, sus sueños, sus amores y sus odios, sus prejuicios, sus pequeñeces y grandezas. Ningún espejo retrata mejor a esa colectividad de hombres y mujeres que conforman las diversas tradiciones, culturas, etnias, lenguajes,mitos, costumbres, modos y modas del fenómeno humano. Esa extraordinaria variedad desaparece cuando, abandonando la superficie, gracias a los libros nos sumergimos en lo profundo hasta llegar a aquellas raíces o denominadores comunes de la especie, pues allí descubrimos lo que hay de solidario y semejante por debajo de aquella frondosa variedad: una condición, unos sentimientos, unos anhelos, unas alegrías y unos miedos que establecen una identidad recóndita sobre las diferencias y distancias que la historia ha ido forjando entre razas, pueblos y culturas a lo largo de los siglos.

Los libros nos ayudan a derrotar los prejuicios racistas, étnicos, religiosos e ideológicos entre los pueblos y las personas y a descubrir que, por encima o por debajo de las fronteras regionales y nacionales, somos iguales en el fondo, que los "otros" somos en verdad "nosotros" mismos. Gracias a los libros viajamos en el espacio y en el tiempo, como hizo Julio Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos sin salir de su biblioteca, y comprobamos que, con todos sus matices y variantes, la humanidad es una sola y compartida.

Podemos comparar el mundo de los libros que en estos momentos nos rodea con un bosque encantado. Ellos están allí, quietos, inertes, silenciosos, como los árboles y las plantas de las fantásticas historias infantiles, esperando la varita mágica que los anime.





Basta que los abramos y celebremos con sus páginas esa operación mágica que es la lectura para que la vida estalle en ellos convocada por la hechicería de sus letras y palabras, y un surtidor de ideas, imágenes y sugestiones se eleve del papel hacia nosotros, nos impregne,arrebate y traslade a otra vida, a menudo más rica, coherente, intensa y entretenida que la vida verdadera, en la que a menudo las rutinas embrutecedoras cotidianas nos dejan apenas resquicios para la exaltación y la felicidad.

La vida de los libros nos enriquece y nos transforma. Nos hace más sensibles, más imaginativos y, sobre todo, más libres. Más críticos del mundo tal como es y más empeñados en que cambie también él y se vaya acercando a los mundos que inventamos a imagen y semejanza de nuestros deseos y sueños.

Por eso, los libros son un testimonio inapelable de las carencias y deficiencias de la vida, aquellas que incitan a los seres humanos a crear mundos de fantasías y a volcarlos en ficciones para poder tener aquello que la vida que vivimos no nos da. El viaje al corazón de ese bosque encantado de los libros no es gratuito, un paseo divertido y sin secuelas. Es un viaje que deja huellas en el sentimiento y la inteligencia del lector, la comprobación de que el mundo real está mal hecho, pues no basta para colmar nuestros anhelos. ¿Para qué inventaríamos otros mundos si con éste nos bastara? Es imposible no salir de un buen libro sin la extraña insatisfacción de estar abandonando algo perfecto para volver a lo imperfecto y empezar a mirar el entorno con cierto desánimo y frustración.





Nada ha hecho que el mundo progrese tanto desde los tiempos de la caverna primitiva hasta la era de la globalización como ese viaje a lo imaginario que acompaña a hombres y mujeres desde su más remoto pasado y del que da testimonio inequívoco el mundo vertiginoso y laberíntico de los libros.

No es sorprendente, por ello, que los libros hayan despertado, a lo largo de la historia, la desconfianza, el recelo y el temor de los enemigos de la libertad, de quienes se creen dueños de las verdades absolutas, de todos los dogmáticos y fanáticos que han sembrado de odio y violencia zigzagueante el curso de la civilización.







La Inquisición lo vio clarísimo: los libros deben ser examinados y purgados por censores estrictos para asegurar que sus contenidos se ajusten a la ortodoxia y no se deslicen en ellos apostasías y desviaciones de la doctrina verdadera. Dejarlos prosperar sin esa camisa de fuerza de la censura previa sería poblar el mundo de heterodoxias, teorías subversivas, tentaciones peligrosas y desafíos múltiples a las verdades canónicas. Esta mentalidad llevó a decidir que todo un género literario -la novela- fuera prohibida durante los  tres siglos que duró la colonia en todas las posesiones españolas de América. Durante trescientos años no se pudo editar ni importar ficciones en las colonias americanas. El contrabando se encargó de que muchas novelas circularan en nuestras tierras, felizmente. Pero una de las perversas -o tal vez felices- consecuencias de esta prohibición fue que, en América latina, como la ficción fue reprimida en el género que la expresaba mejor -las novelas- y como los seres humanos no podemosvivir sin ficciones, éstas se la arreglaron para contaminarlo todo -la religión, desde luego, pero también las instituciones laicas, el derecho, la ciencia, la filosofía y, por supuesto, la política-, con el previsible resultado de que, todavía en nuestros días, los latinoamericanos tengamos grandes dificultades para discernir entre lo que es ficción y lo que es realidad.

Eso ha sido muy beneficioso en los dominios del arte y la literatura, pero bastante catastrófico en otros, en los que sin una buena dosis de pragmatismo y de realismo
-saber diferenciar el suelo firme de las nubes- un país puede estancarse o irse a pique. Los comisarios políticos han reemplazado en la vida moderna a los inquisidores de antaño.
Toda vez que se ha apoderado de un gobierno un fanático religioso, ideológico o un caudillo megalómano que se cree dueño de la verdadabsoluta, los libros se han visto sometidos a purgas, recortes y vejaciones para tratar de evitar que lo que ellos encarnan mejor que nadie -la diversidad humana, la variedad de ideas, creencias, puntos de vista, costumbres y tradiciones- se divulgue y contradiga la visión dogmática, excluyente y autoritaria entronizada. Nazis, fascistas, comunistas, caudillos militares o civiles enceguecidos por los espejismos de las verdades absolutas han tratado a lo largo de toda la historia y en todas las geografías del planeta de domesticar y embridar el espíritu creativo, insumiso y crítico -que ha sido siempre el motor del cambio-, pero, por fortuna, siempre han fracasado.
Dejando, eso sí, en el camino una miríada de víctimas -torturados, encarcelados y asesinados- que, pese a la represión y a las persecuciones, mantuvieron siempre viva aquella llama de libertad que anida, como un alma secreta, en el corazón de los libros

Leer nos hace libres, a condición, claro está, de que podamos elegir los libros que queremos leer y que los libros puedan escribirse e imprimirse sin inquisidores ni comisarios que los mutilen para que encajen dentro de las estrechas orejeras con que ellos aprisionan la vida. Defender el derecho de los libros a ser libres es defender nuestra libertad de ciudadanos, el precioso fuego que la atiza, mantiene y renueva.

Una de las mejores tradiciones de la Argentina ha sido ser un país de libros, escritores y lectores. Yo lo recuerdo muy bien, pues mi  infancia y mi adolescencia se nutrieron de revistas y libros (y, añadiré, películas y canciones) que se producían y editaban en este país y se difundían por todos los  rincones de América. Por ejemplo, llegaban puntualmente a Cochabamba, la ciudad boliviana donde viví hasta los diez años. Recuerdo muy bien la llegada periódica de Leoplán para el abuelo, el Para Ti que leían mi madre y mi abuela y el Billiken que yo esperaba como maná del cielo. Más tarde, de universitario en San Marcos, en Lima, conocí la literatura más renovadora y moderna (de Faulkner a Thomas Mann, de Joyce a Sartre, de Camus a Forster, de Eliot  a Hemingway) gracias a las traducciones que editoriales como Losada, Sudamericana, Emecé, Sur y otras publicaban y distribuían por todo el continente. Como innumerables jóvenes latinoamericanos de mi generación, puedo decir por eso que debo buena parte de mi formación literaria a esa pasión por los libros que anida en el corazón de la cultura argentina.

Hago votos por que esa hermosa tradición se renueve y fortalezca y que sea la mejor expresión de ello esta Feria del Libro de Buenos Aires.


Fragmento del discurso pronunciado  por Mario Vargas Llosa en la inauguracion de la Feria del Libro en Buenos Aires, Abril 2011



Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1367577-una-oda-a-la-libertad-y-los-libros





martes, 3 de mayo de 2011

Sobre héroes y tumbas

   
«La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse».






Tal vez a nuestra muerte el alma emigra:
a una hormiga,
a un árbol,
a un tigre de Bengala;
mientras nuestro cuerpo se disgrega
entre gusanos
y se filtra en la tierra sin memoria
para ascender luego por los tallos y las hojas,
y convertirse en heliotropo o yuyo,
y después en alimento del ganado,
y asi en sangre anónima y zoológica,
en esqueleto,
en excremento.
Tal vez le toque un destino más horrendo
en el cuerpo de un niño
que un día le hará poemas o novelas,
y que en sus oscuras angustias
(sin saberlo)
purgará sus antiguos pecados
de guerrero o criminal,
o revivira pavores,
el temor de una gacela,
la asquerosa fealdad de comadreja,
su turbia condición de feto, cíclope o lagarto,
su fama de prostituta o pitonisa,
sus remotas soledades,
sus olvidadas cobardías y traiciones.




Ernesto Sábato
 nació en Rojas, Provincia de Buenos Aires el 24 de junio de 1911. Falleció en Santos Lugares el 30 de abril de 2011. Fue un escritor, ensayista, físico y pintor argentino. Escribió tres novelas: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador, e innumerables ensayos sobre la condición humana.






de: Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas (en pag 146) 16 ed. -Buenos Aires; Sudamericana, 1974









 
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