viernes, 17 de octubre de 2014

7 de abril, Tucumán, circa 1937…..





     La abuela María era bajita, morochita, con poquito pelo canoso trenzado y hecho un rodetito atrás. No sabemos a que pueblo originario pertenecía, pero sus orígenes se remontan a muchos años atrás. Tal  vez haya nacido en Choya, en Catamarca porque sus recuerdos siempre se referían a la precordillera, a Catamarca, al viento… Tenía una amiga que cuando corría un viento fuerte le decía: “¡¡¡Cordillera Ña María!!!!”, refieriendose al viento frio que corre cerca de la precordillera.

     Era muy callada, nunca se reía a carcajadas, pero siempre tenía una sonrisa en su cara. El marido se llamaba Juan Ignacio y la abandonó con dos hijitos muy pequeños, mi papá Ramón y mi tía Emilia. El abuelo se fue con una prima de él que tenía 15 años.

     Mi abuela vivía cruzando el callejón enfrente de casa en una casita linda. Recuerdo una pieza grande con una mesa llena de santos, los principales eran San Roque y San Antonio, a los que los vecinos les traían velas para solicitar favores. Por ejemplo a San Roque le pedían por los enfermos, por la epidemia,  a San Antonio, por animales perdidos o que apareciera algún novio fugado, a San Lorenzo por algún quemado o por los incendios, a santa Lucia por los afectados por la vista, etc.  Vírgenes y Santos se distribuían en la mesa y en las ocasiones que venía el promesante  a pedir un favor especial o a agradecer, se lo ponía el lugar más destacado para aceptar la petición o la ofrenda.
El más destacado entre los santos de la mesa de mi abuela era un San Roque en una estatuilla de bulto de aproximadamente 50cm de altura

     Había también sobre la mesa, un nicho de madera que contenía a los santitos más chicos y en la madera del cajoncito se clavaban las ofrendas en plata que las personas le ofrecían al santo para pedirle que los sanara (Por ejemplo ojos, brazos, piernas, corazón o  de animales perdidos para que aparecieran  por ejemplo chanchitos, cabras, vacas etc)
Frecuentemente se hacían novenas en el día que le correspondía al santo del mes y venían los vecinos a rezar 8 noches seguidas y la 9na noche se hacia una fiestita. Se tomaba mate, (recuerdo  que el mate de mi abuela era de plata labrada con tres patitas) o se servía café a los grandes y  mate cocido a los chicos. La rezadora  de las novenas era la Tía Emilia y entre las oraciones se intercalaba una especie de cuento, relacion o verso que narraba la historia del santo al que se lo veneraba ese día y  sus milagros.

     En invierno se colocaba en el centro de la habitación un brasero con brasas y alrededor las personas se sentaban  en sillas, bancos o tablones.

     Se hacían juegos, por ejemplo El juego del botón  que consistía en encerrar un botón en la palma de las manos y se iba poniendo en las manos de cada jugador y en determinado lugar se lo soltaba el botón en las manos de algún participante y cuando terminaba la ronda, otro jugador debía adivinar quién tenía el botón, Si adivinaba quien tenia el botón se reiniciaba el juego uy si perdia tenia que cuplir una prenda   que consistían en  imitar el canto de algún animal y si no salir a la vereda y gritar algo con rimas: “ vecina, vecina se le quema la cocina” [i]

     La gente mayor se entretenía contando cuentos de aparecidos, de fantasmas, de animales, del Alma Mula, el Duende, el Petizo Sombrerudo, el Mano de lana, El Curupí, el Familiar y  sucesos notables o historias antiguas. Se quedaban hasta las 12 o la 1 de la madrugada cuando los niños empezaban a tener sueño o se acababan los temas de conversación.
Las noches eran oscuras de una oscuridad total y las estrellas al alcance de la mano y en las noches de luna clara se podía jugar afuera con la tia Emilia al gallo ciego, al mantanti lirula, etc.

      La abuela era muy madrugadora se levantaba temprano a hacer el fuego. Ponía troncos grandes de arboles para hacer mucha brasa y mucha ceniza o rescoldo que lo usaba para hacer postres y comiditas.
Ponía el rescoldo caliente en una olla de hierro y ahí largaba el maíz para hacer el AUNCA (es decir pororó, pochoclo o florcitas de maíz como se llama ahora) y lo colocaba  en un jarro grande y le gritaba a mi hermano Ramón que viniera a buscarlo. Mi hermano tenía un jarro de lata de durazno con manijita de alambre de fardo retorcido que servía de taza de desayuno que lo repletaba con esa mezcla de matecocido y pochoclo. Era su mayor felicidad. Mi hermano y yo éramos los únicos nietos en ese momento y ella era cariñosa aunque no demostrativa pero le gustaba prepararnos postres especialmente .El arroz con leche para mi hermano mayor y la mazamorra con leche para mi.
Los maices  que no se abrían  se ponían en un mortero de madera grande de 90 cm de altura o mas quizas y se molían hasta que se hacia una harina, a la cual se le colocaba un poquito de azúcar y agua para poderlo comer como un postre: la HARINITA.
El rescoldo lo utilizaba también para hacer las TORTILLAS AL RESCOLDO, eran altas como pan casero, pero no se asaban al horno sino que se desparramaba el rescoldo, se ponía la tortilla amasada ahí y se tapaba con una lata redonda de dulce de batata y se ponía arriba de la lata brasas encendidas Cuando estaba cocida nos gritaba para que fuéramos a buscar.


  

     Tenía un jardín lleno de plantas: alelíes de distinto colores, albahacas, maravillas. Tenía además sobre un pilar unos tablones largos con  tarritos de distintos tamaños llenos de plantitas diversas y también  distintos recipientes donde se juntaba  el agua de lluvia para multiples usos porque el agua del pueblo era y es muy salitrosa. Un Paraíso gigante en la entrada y un Guayacán enorme atrás. Muy añoso y  muy recordado porque en sus huecos había ratas que fueron las causantes de la peste bubónica que asolo el pueblo.
La abuela tejía a crochet carpetitas y puntillas en hilo finito para los manteles de la virgen.

     Los lunes íbamos al cementerio a llevar velas y flores de papel crepe que se hacían en la casa y que se cambiaban de los nichos cuando amarilleaban o se desteñían  por el sol y las lluvias, para los muertitos de la familia o algún finadito que no recibía vistas de familiares. Quedaba a 5 km del pueblo e ibamos caminando por el callejón a la tardecita o bien temprano en la mañana antes que hiciera calor porque el sol es muy fuerte en mi pueblo, aun en invierno.
En Noviembre, para el Día de los Muertos, la tía Emilia hacia unas hermosas coronas de flores de papel crepe de 50 cm de diámetro, que se vendían a los vecinos y que se encargaban con anticipación. Algunas coronas eran de muchos colores, otras se hacían a pedido solo en blanco y negro, otras solo en violeta y blanco.  No se la razón, tal vez dependía del tiempo que había transcurrido desde el fallecimiento
Las flores mas lindas que se hacían eran rosas, crisantemos hermosos, claveles y calas. Yo la ayudaba a mi tía. Cortabamos papelitos redondos y se hacían caladitos alrededor o retorcíamos los pétalos que se colocaban superpuestos de a 6 u 8 y en el medio le poníamos el alambre y se armaban la flores  Se llevaban en coronas o en ramos y después de dejar las velas y la flores nos volvíamos caminado, charlando o riendo y la tía Emilia hacia bromas que nos perseguían los muertitos o algún loco suelto lo que era motivo de risas y de sustos.
A veces eran muchos los chicos que se unían con nosotros para ir a  visitar el cementerio lo que lo transformaba en una salida festiva.  Venían y  preguntaban: ¿Dona María vamos al cementerio?  y de vuelta volvíamos juntando  mistoles, algarrobas, flores, plantitas, etc. De ahí me debe quedar el gusto de visitar cementerios.

     Los pájaros más recordados son las urpilas, una especie de paloma y los cardenales. No se veían muchos pájaros en el pueblo, si en el monte donde se podían escuchar chalchaleros, loros, cotorras, catitas, lechucitas paradas en los postes que los chicos jugábamos a gritarles: “¡¡¡Te pillan de atrás!!! (significa te agarran de atrás) y las lechucitas curiosas giraban toda la  cabeza, lo que nos divertía

     El tiempo pasa, lo unico que queda es la casa de mi abuela con  la mesa de los santos y los santos, las camas de bronce antiguas, con grandes respaldares, las mantas tejidas a telar,  y las sabanas bordadas a mano por la tía Emilia. Ya no hay arboles ni flores. Solo silencio y soledad. 

     De paso por mi pueblo, el año pasado unas fotos retrataron debajo de una mesa una imagen poco clara, algo como una niña escondida, una sombra, un recuerdo ¿Serán los espíritus guardianes de la casa?







     Este es mi recuerdo de mi abuela María.
                                                                                                      Nilda


                                                 
                                                    Entrada nueva al pueblo




                                                     Antiguo surtidor de Kerosen 




                                                          

                                                            Estación de tren 






                                                               Las vías 




   



                                                      
                                                            Molino harinero 






                                                       Casa del farmacéutico Don Zurita






[i] La cocina consistía en una habitación alejada  a la casa ,  construida con tablones de madera, techo  de chapa o de ramas tipo paja con barro encima  que se endurecía al sol y  sin puerta   donde se prendía el fuego que no se apagaba nunca y que a la noche se lo tapaba con la ceniza y una chapita encima para conservarlo  y que a la mañana siguiente se lo reavivaba. Para reavivar el fuego se juntaban marlos del maíz o ramitas delgadas ( llamadas champas).
Que el fuego se apagara era una contingencia grave. En esos casos se recurría a los vecinos a solicitar unas brasas para volver a encender el fogón.